A Blood Pudding
domingo, 12 de marzo de 2017
14.- Alone in the dark
-¿Se puede saber quién es usted y qué hace aquí? -gritó, sorprendido, el tipo que había abierto. Tendría unos cincuenta años, vestía camisa y corbata, y llevaba una tablet y unas carpetas de papeles en la mano, que casi se le caen al suelo del susto.
-¡No me haga nada! -gimió la mujer, agazapada en el suelo, medio escondida bajo un lavabo. Aún vestía el uniforme de policía, pero el equipamiento de antidisturbios lo había perdido no recordaba dónde. También había perdido un zapato, y sobre todo, la serenidad y la razón. El hombre la miró con los ojos muy abiertos y cambió al instante de actitud.
-Disculpe, oiga, es que esta es una zona restringida, y con todo el lío que se ha montado... -el hombre dejó sus cosas en el suelo del baño y se acercó cautelosamente a Dianne, a verla más de cerca-. Oiga, ¿se encuentra bien?
Dianne tenía las mejillas enrojecidas de llorar.
-No me haga daño -musitó ella.
-Eh -él se acuclilló a su lado, dejando cierta distancia-. Tranquila. No se preocupe de nada. ¿Qué hace aquí escondida? ¿Es por lo de...?
Sí, asintió silenciosa Dianne. Era por lo de. Justamente por lo de. Aunque ni ella misma sabía cómo había llegado allí. Después de los primeros tiros (¿dónde habría dejado su pistola?) se montó la de Dios, más disparos, gases lacrimógenos, peleas brutales. Ella había huído como había podido, corriendo con todo lo que le daban las piernas para escapar de aquel infierno, rogando no toparse con algún tipo de esos grandes como armarios y con la cabeza rapada, que le rompiera el cuello. Se coló por las puertas de uno de los edificios cercanos, en la zona de servicios del aeropuerto, creía, justo a tiempo para ver, como si fuera un sueño, a un avión (¡un avión de pasajeros!) allá afuera, en la pista, derrapando y soltando chispas mientras se alejaba, con un ruido ensordecedor, mientras gente corría de aquí para allá y coches de policía hacían sonar sus sirenas... Era una locora. De algún modo había dado en la penumbra con una zona de oficinas, unos pasillos desiertos a aquellas horas y un cuarto de baño donde, con miedo irracional, se había refugiado a la espera de que todo terminase.
-Joder -dijo el hombre-. Tiene motivos para esconderse, ahí fuera todo se ha ido a la porra; un avión accidentado, militares por todas partes, han traído hasta tanquetas. No sé qué pasó anoche, pero yo he venido a trabajar hoy y me parece que... oiga ¿no estará herida?
-No... creo -Dianne se incorporó un poco y se palpó por todas partes. Bien podían haberle metido un balazo, y no haberse dado cuenta.
-No parece -el oficinista dio un suspiro de alivio, extendiéndole la mano-. Venga, venga conmigo, que ya ha pasado todo. El ejército y la Navy lo tienen todo tomado y ni uno sólo de esos putos españoles se va a atrever a acercarse por aquí. ¿Le ayudo?
Dianne agradeció la ayuda y se puso en pie, aún presa de la ansiedad por las consecuencias de todo cuanto había ocurrido.
-Vaya, si es usted policía -silbó él-. Ha debido usted estar en medio de todo el fregado. Mire, ahora venga conmigo a mi oficina y le preparo un café ¿sí? y aprovechamos para llamar a su comisaría, que estarán deseando saber de...
-No -replicó ella, con la voz más alta de lo que deseaba-. No haga eso. No llame a nadie.
-¿Qué? Pero sus compañeros...
-No... no deben saber... -titubeó Dianne-. Me van a crucificar por esto. No sé qué hacer...
Sofocó un sollozo, la ansiedad y los recuerdos de la noche volvían a ella.
-Eh, venga -insistió el tipo, pasándole un brazo por el hombro, y acompañando a Dianne fuera del baño-. Como usted quiera, no avisamos a nadie, si eso le hace sentir mejor. Pero tómese ese café conmigo... a fin de cuentas, poco voy a trabajar hoy. Esto es la zona de mantenimiento de aeronaves, reparaciones a los aviones que vienen y van... pero me parece que ese pájaro de afuera más que mantenimiento va a necesitar un desguace.
El café en su oficina le sentó bien, le ayudó a volver a situarse en la realidad. Dianne echaba miradas furtivas por las ventanas para ver el ambiente fuera. Parecía una zona de guerra. Militares apostados cada diez pasos, tanquetas que iban y venían... La ayuda de Colin (así se llamaba el oficinista) le había infundido confianza, y ella le contó lo que recordaba que había pasado, y por qué no podía presentarse sin más en su comisaría con un buenos días.
-Teme que la culpen a usted -resumió él- por haber iniciado el tiroteo.
-¿Usted no lo haría?
-Joder, no -Colin dio un puñetazo en su mesa y casi tira el café sobre su ordenador-. Deberían darle una medalla, eso es lo que yo haría de ser su jefe.
-Me salté las regulaciones. Disparar a población civil...
-... que estaba amenazando su vida, coño. Es usted una heroína. Además ¿quién lo va a saber? ¿Piensa usted que alguien se ha enterado de algo de lo que sucedió anoche? Fue una batalla campal, y así lo contaba la radio. Despreocúpese. Usted no dé detalles si no quiere, y listo. Pero ha de avisar a sus jefes de que está bien. Igual piensan que la han matado.
Dianne también pensó en esa posibilidad. Pero sacudió la cabeza. Le entraba pánico de pensar lo que le dirían... y sin embargo, su familia... su hijo... su marido...
-Tiene que sacarme de aquí -le rogó a Colin- pero sin que nadie me vea. Lléveme a la ciudad.
-¿Quiere que la saque de aquí en mi coche...? ¿Cómo, metida dentro del maletero como una celebrity?
Ella sonrió tímidamente,... por primera vez en mucho tiempo.
Colin suspiró y se echó hacia atrás en su silla de oficina.
-Cuando esto termine -dijo, apuntando un dedo hacia ella-, me debe usted una cena.
viernes, 3 de marzo de 2017
13.- Awakenings
jueves, 23 de febrero de 2017
12.- Dawn at sea
El Peñón comenzó a iluminarse de color naranja con las primeras luces del alba, el sol creando reflejos metalicos sobre la superficie de las antenas de radar situadas cerca de la cima. Eusebio, patrón del "Santa Tecla" contemplaba los reflejos mientras se aproximaba, planeando cuidadosamente su llegada a Algeciras: tras pasar toda la noche pescando frente a Marbella, regresaba con las bodegas bastante vacías. Pero por supuesto, habia oido por el canal de emergencia de la radio todo lo que había pasado con el avión, en vivo y en directo; y las noticias que le leía Paquito, su jefe de máquinas, leyendo el móvil a su lado, no daban muchos detalles.
Por eso dobló Punta Europa, la punta sur de Gibraltar, observando las casas de la colonia..., preocupado de lo que estarían seguramente pasando los habitantes de allá. Caos, confusión... dejó una buena distancia, como siempre, para evitar "embarazosos contactos imperiales" como solía decir Paquito. Sacó sus prismáticos para observar mejor: muchos camiones se movian de acá para allá por la zona militar. Eusebio imaginó que estaban en estado de alerta, evidente. Volvió a vigilar el rumbo que llevaban, cruzando la bahía de Algeciras para regresar a casa.
-¡Jefe! -gritó uno de los marineros desde la cubierta. Eusebio miró a través del cristal lo que señalaba, flotando en el agua cerca de la proa. Un chaleco salvavidas medio hundido. Redujo la velocidad del pequeño pesquero instintivamente.
Dos chalecos. Tres. Trozos de... cosas desconocidas, plásticos, flotando en el agua a su alrededor. ¿De dónde...?
-Esto va a ser del avión, jefe -dijo Paquito señalando hacia tierra. Pues claro. Estaban cerca de la zona del aeropuerto, justo entre el Peñón y tierra firme. No se veía mucho con la neblina mañanera, asi que echó mano de los prismáticos de nuevo. Allí estaba: medio hundido en el agua, un avión de pasajeros; seguramente se había salido de la pista al aterrizar y había salido sobre el rompeolas y hacia la bahía. Por suerte había poca profundidad y sólo la cabina estaba casi sumergida. Las puertas estaban abiertas y las rampas hinchables, todas desplegadas a ambos lados, colgando de las puertas.
-Acerquémonos -dijo de pronto, volviendo a la cabina y girando el timón a estribor.
-Jefe -replicó Paquito- ¿es seguro?
-Hay chalecos salvavidas por todas partes -explico el patrón-, algún pasajero, igual hasta un herido, podría haber caido al agua y ser arrastrado por la corriente en mitad de la noche. Estamos obligados, joder.
-Ellos no nos han pedido ayuda -dijo el maquinista con algo de resquemor.
-¿Ellos? Ni falta que hace. En el mar es un deber echar una mano. Vamos a llamar por radio para avisar.
No hubo necesidad. Un grito de alarma le hizo salir de nuevo de la cabina, poniendo la maquina en punto muerto. De la neblina habia salido una patrullera británica, a toda máquina hacia ellos, apuntandoles con un foco de luz.
-¿Pero dónde va...? -maldijo el patrón. La patrullera se puso a su lado, reduciendo su velocidad de golpe y sacudiendo el pesquero de lado a lado con una ola repentina. HMS Scion, decía en su costado. Eusebio no era la primera vez que la veía, claro. Reconoció la familiar silueta de su capitán: todos se conocían en aquella piscina que era la bahía...
-Abandonen la zona de inmediato -dijeron autoritariamente por el altavoz los ingleses-. Repito. Abandonen esta zona. Estan en aguas militares en una situación de emergencia.
-Venimos a ayudar -gritó Eusebio sin sacar su megáfono; al fin y al cabo les separaban cuatro metros escasos de casco a casco-, hemos visto restos y chalecos y sólo queremos...
-Abandonen la zona -repitieron los ingleses- o abrimos fuego. Abandonen. La. Zona.
Eusebio se sobresaltó al ver a un par de marinos ingleses salir a cubierta empuñando fusiles. ¿Pero qué cojones? Pensó. Las amenazas veladas o los tiros al agua con la ametralladora de proa eran parte del juego, chico malote, que jugaban siempre las patrulleras gibraltareñas, pero ¿esto? ¿soldados apunt´´andonos... a nosotros?
-Vámonos, jefe -susurró Paquito a su espalda. Por una vez, Eusebio estuvo de acuerdo. Tragandose su orgullo, volvió al puesto de mando y arrancó el motor para poner proa a Algeciras. No sin antes sacar la mano por la ventanilla y mostrarles una estupenda peineta.
La respuesta desde la Scion fue una ráfaga de ametralladora que duró varios segundos, y que hizo espumear el agua a su alrededor. Gritos en el barco español.
-¡Echaros al suelo, joder! -chilló Eusebio, haciendo lo propio, sólo manteniendo su mano en la palanca de las máquinas, a tope hacia delante, acelerando el pesquero para escapar de aquello. Se rompió un cristal de la cabina sobre su cabeza. Aquello era una locura.
Segundos después, cuando consideró que se habían alejado lo suficiente, se atrevió a ponerse en pie. El pesquero se alejaba en linea recta del Peñón y de aquella patrullera que, aún costaba creerlo, les había disparado. A su alrededor todo eran gritos y juramentos.
-Callaos un momento -gritó Eusebio, más fuerte que su tripulación-.¿Estáis todos bien? ¿Nos han dañado cosas? Aquí han roto un cristal de la cabina
-¡Hay un par de agujeros de bala aquí en la popa! -gritó alguien-. ¡Como hayan jodido la máquina! ¡Qué hijos de puta que son!
-He preguntado -insistió Eusebio, súbitamente inquieto-, si estáis todos bien.
Todos se miraron unos a otros, con cara de susto.
-¿Donde está Paquito?
sábado, 18 de febrero de 2017
11.- We've talked the whole night through
Soraya respiró hondo, sin mirarle inmediatamente. Fijó la mirada y su atención en los informes que tenía delante. Volvió a respirar hondo. Lo que su corazón le pedía en aquel momento, realmente, era volverse hacia el inútil de su jefe y chillarle Estás loco, no podemos hacer eso, se nos comerán vivos, es ilegal y es cobarde pero simplemente respiró hondo una tercera vez.
Los demás ministros y secretarios de Estado, reunidos en la sala de reuniones que albergaba el Gabinete de Crisis, se miraron unos a otros sin decir nada. Quizás estaban demasiado agotados y ojerosos, ya que eran las tres y media de la madrugada, o quizás no querían expresar su opinión en voz alta. Tras unos segundos, fue el ministro del Interior quien primero habló.
-Presidente -dijo-, si te preocupa que las fuerzas de seguridad no vayan a estar preparadas para gestionar una jornada electoral y la situación en Gibraltar, yo puedo asegurarte que ahora mismo están informándome de que todo está coordinado, y no hay ningún problema en...
-No me refiero a eso -el presidente se frotó los ojos, recostándose en su sillón-. El ambiente va a estar enrarecido mañana, cuando las noticias vayan calando en la gente. Puede ser impredecible. Acordaos del día de los trenes.
-Y nos fue muy bien -replicó Soraya, perdiendo un poco su aplomo- con aquel rumor que nos acusó de querer suspender las elecciones. ¿Verdad?
-Es distinto, Soraya -contestó él rápidamente-. Entonces tuvimos varios días y se hizo mal. Hoy no tenemos más que cuatro horas antes de abrir los colegios electorales.
-¿Cómo lo vamos a justificar, entonces? -dijo la ministra de Defensa. Tenía la mesa, como todos, repleta de cafés, informes y papeles, y con las tablets echando humo de e-mails entrantes. A aquellas horas los muertos en Gibraltar se habían quedado en cinco: tres manifestantes y dos policías ingleses, apaleados por la turba. Había incluso informes de disparos, y eso tenía preocupadísimos a los mandos de Interior y Defensa. Además, había heridos por docenas, y quién sabe qué habría pasado si los Royal Marines de la base naval no hubieran llegado allí con los vehículos blindados y los fusiles a poner orden. Las verjas se estaban reconstruyendo a aquellas horas, mientras se atendía a los heridos en hospitales de Algeciras y del Peñón y los expertos en balística rastreaban el lugar. Los verdaderos reproches y mensajes incendiarios vendrían por la mañana, con los comunicados oficiales que llegarían de Londres. El de Madrid ya estaba redactado e impreso frente al Presidente, para leerlo en televisión en una rueda de prensa a primera hora.
-¿Suspenderlas? -dijo el portavoz del Gobierno-. Eso es fácil: se dice que la situación de seguridad es inapropiada y que para proteger el proceso democrático, se retrasan un par de meses, y a tomar por culo. Esas explicaciones dejádmelas a mí, como cada semana con los directores de todos los periódicos, y sé cómo piensan.
-Los de Podemos se nos van a comer -sentenció Defensa-. Con patatas. Van a acusarnos de cosas horribles. ¿No será mejor el remedio que la enfermedad?
El presidente desechó aquello con un movimiento de la mano.
-Más se nos van a comer si la gente va a votar en caliente -insistió.
Todo el mundo miraba a Soraya, como la voz de la razón y la serenidad. El Presidente siempre actuaba de forma más teatral, pero poco realista, y no eran pocos quienes no le tomaban en serio en el partido, y también en el gobierno. Ella pensaba, repasaba sus notas y los informes policiales y militares sobre lo sucedido hacía unas horas, pero casi no miraba lo que en ellos ponía. Pensaba intensamente, y sólo dejaba de pensar cuando escuchaba hablar al presidente, a su lado. Dios. Le ponía de los nervios. Pero no podía dejarlo ver en aquella situación. Seguía reflexionando en cómo salir lo mejor parados de aquello, y que su partido sufriera lo menos posible. Y el país, sobre todo.
Suspender las elecciones por un altercado en la frontera era una absoluta locura y, efectivamente, con todos los amigos que tuviera el chulo del Portavoz, la prensa se los iba a comer, y los partidos de la oposición, especialmente Podemos, a muy pocos puntos de ellos según las encuestas, les iban a satanizar durante todo el día. Poco importaba que fuera día electoral. Pero había que pensar en lo importante. Y lo importante era el futuro del país.
-Hagámoslo -dijo de improviso-. Estoy con el presidente. Escribamos un comunicado rápido para suspender la jornada electoral. Y tú, haz un par de llamadas a los colegios electorales. Nos quedan pocas horas.
-No me gusta -respondió el ministro de Hacienda-. Pero si los dos estáis de acuerdo, a ello. ¿Me puedo ir a dormir, entonces?
Se quedaron los imprescindibles y empezaron a mover los hilos. Mientras el Presidente llamaba al Rey, Soraya suspiró una vez más, recordándose a sí misma qué era lo importante. Y en qué lío se estaban metiendo.
Con suerte, se dijo, uno muy gordo para este inútil.
lunes, 13 de febrero de 2017
10- The longest day (22:00)
Iba a disfrutar con aquello.
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Las luces de la costa malagueña cada vez estaban más cerca, y el avión de British Airways hizo su ultimo viraje antes de aterrizar en Gibraltar. Patricia, mirando por la ventanilla, repasó mentalmente las tareas para el dia siguiente, para intentar llegar a entrevistar al detenido español o al menos a las autoridades competentes. El Brexit era cosa hecha, pensó mirando las noticias de la BBC en su tablet una vez más...
-Señorita, por favor -le sorprendió la voz del pasajero del asiento vecino, un veinteañero pelirrojo y muy inglés-, eso debería estar apagado, vamos a...
-Sí, ya sé -rezongó ella, apagándola con el dedo, y murmurando qué molestos son estos ingleses, de verdad.
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jueves, 9 de febrero de 2017
9- The longest day (21:40)
¡Toda una multitud!
Marcos dejó pasear su vista entre la gente. Muchas banderas españolas, mucha gente de todas las edades, especialmente jóvenes. Mucha ilusión, se dijo, mucha gente dispuesta a luchar por lo justo, por lo nuestro. El paseo marítimo estaba abarrotado de gente que se acercaba a la zona del acceso fronterizo. Pancartas clásicas con lemas como "Gibraltar español" o "Libertad para un patriota" pero también gente haciéndose selfis o emitiendo en directo para las redes. Los tiempos cambian.
Miró a su espalda, a la enorme y cercana Roca, con las luces rojas en la cima. Aún le venía a la mente a Marcos el recuerdo de dos noches atrás y se le aceleraba el corazón por los nervios. Ahí, en algún sitio, detrás de las vallas y de las pistas del aeropuerto, en una oscura comisaría, tenían preso a su colega; y estar a tan poca distancia le ponía los pelos de punta.
Pero volvió a mirar a su alrededor, a la marea de gente ruidosa de la cual él era un miembro anónimo esa vez. Se sintió arropado y seguro. Era uno más de un enorme equipo.
Y a pocos pasos de él esta su jefe, el presidente del partido, hablando por teléfono a gritos para hacerse oír, y a la vez dando instrucciones a sus colaboradores que iban de aquí para allá en medio de aquella vorágine. En un momento dado reconoció a Marcos con la mirada, y le hizo señas de acercarse a él. El apretón de manos que le dio hizo sentir a Marcos que sí, que aquello valía la pena.
Entonces todas las miradas se volvieron hacia el ruido de las sirenas y hacia el origen de los deslumbrantes destellos azules que se acercaban: varias furgonetas de la Policia Nacional aparcaron al otro lado del paseo, provocando protestas de fastidio... más fingidas que otra cosa: todo el mundo sabía que eran un paripé y que no iban a darles problemas. Sin embargo, extrañamente, el jefe del partido puso una verdadera mala cara. Cogió su teléfono una vez más e hizo una llamada en la que quedó claro que estaba enfurecido. ¿A quién? se preguntó Marcos.
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-Unidades disponibles -decia la radio- por favor reporten posibilidad de personarse en puesto fronterizo. Equipo antidisturbios necesario. Unidades disponibles...
Una tras otra, voces conocidas respondían a la llamada, y a Dianne, plantada en la puerta del colegio electoral, se la llevaban los demonios de puros nervios. Sus compañeros la miraban con gesto interrogativo.
-¿Qué te preocupa? -le dijo uno al fin-. No es para nosotros: estamos clavados aquí hasta que terminen.
-No lo tengo tan claro, Dick. Evidentemente es una emergencia -respondió Dianne, intentando sin éxito ver al fondo de la calle, tras los hangares de la base aérea, si se veía algo de lo que estaba ocurriendo.
-Pero las órdenes son...
Al diablo las órdenes, pensó Dianne. Los putos españoles estaban intentando algo de nuevo, seguro. Y ella allí como una pasmarota. Castigada. Necesitaba urgentemente sentirse útil, sentir que podía aportar algo en aquella situación. Al menos poder decir a su hijo que se le escapó un delincuente, pero que impidió que entraran más. No durante mi guardia, se repitió usando la famosa frase de Jack Nicholson.
-Quedaos aquí -les ordenó a sus compañeros de menor antiguedad, mientras se subía al coche y salía a toda prisa hacia el aeropuerto. Cruzando la pista estaba el puesto fronterizo con España.
-Dos-quince-delta -dijo a la radio-, voy para allá.