jueves, 30 de junio de 2016

2-. The wrong place at the wrong time

Dianne miró inquieta la hora en el móvil. Maldita sea. Mediodía y nada aún. Sentada frente a la puerta cerrada del despacho de su jefe, sentía cómo la mañana se le iba, y con ella muchas otras cosas. Maldita sea, se repitió; por qué a mí.

La única mirada compasiva era la de Roger, uno de sus compañeros, sentado en la mesa de al lado y fingiendo trabajar, pero también tenso por la inusual situación, mirándola de reojo de poco en poco.

-Verás como es cosa de unos minutos -le dijo a Dianne para tranquilizarla-. Está muy tenso, eso es todo: lleva al teléfono desde anoche casi sin parar. Cuéntale cuatro cosas y te podrás ir a ver a tu peque.

Dianne suspiró.
-Tom me mata si no llego a tiempo -se quejó, mirando la hora de nuevo-. Me comprometí yo a llevar al peque a su fiesta de fin de curso, y joder, es que hoy es mi día libre. ¿Qué hago aquí?

-La responsabilidad no tiene días libres -el comisario había abierto la puerta del despacho justo a tiempo de oír la última frase-. Venga, pasa, Dianne, resolvamos esto rápido.

-Con todo el respeto, señor -le recordó ella, levantándose de su silla para seguirle-, yo sí los tengo.

-Tú y todos, Dianne, pero al que le están poniendo la cabeza loca desde el Gobernador hasta los de Whitehall, pasando por veinte periodistas distintos, es a mí. Gracias tienes que dar de no tener que dar la cara ante ellos -se derrumbó en el sillón tras su escritorio, masajeándose la tupida barba para quitarse el estrés- y explicar por qué uno de los dos hijoputas se nos escapó entre los dedos.

-Pero yo no tengo culpa de nada -se excusó ella, rozando la desesperación-. ¿Qué más quiere que le cuente? Les vimos de pura casualidad cuando saltaban las verjas del polideportivo, ni siquiera sabíamos que habian hecho lo de la bandera ahí arriba. Pensamos que eran simples rateros y les perseguimos con esa idea.

-Sabes, como cuente esa versión a los medios, vamos a dar una imagen de incompetentes increíble.

-Señor, es lo que hay -Dianne explicó pacientemente-. Y sí, Daniels cogió a uno de ellos, y el mío se tiró al agua tras meterse entre los pinares, ¿qué iba a hacer? ¿dispararle? No soy más que una agente de tráfico... ¿No sería eso más escandaloso todavía?

-Tranquila, estoy contigo en eso. Aunque esos fascistas de españoles bien que se lo merecían... espero que al menos ese imbécil se haya ahogado.

Al fin un poco de comprensión, se dijo Dianne. Ella y su familia eran gibraltareños de segunda generación, pero tenía también parientes lejana españoles; cuando se juntaban con ellos tenía que aguantar el soniquete, una y otra vez, de a ver cuando nos la devolvéis, que si piratas, que si mafiosos... devolver, ¿de qué? Una ciudad próspera y viva y llena de oportunidades, en medio de una comarca deprimida y medio arruinada... bastante era tener que tratar con esa gente a diario. Le hervía la sangre cada vez que pensaba en ello. A ver si aprueban lo del Brexit, pensó, y ponemos una frontera como dios manda.

-La votación por el puto Brexit es mañana -continuó el comisario, casi como si hubiera estado oyendo sus pensamientos-, y bastantes problemas tenemos ya con eso como para añadir ahora saboteadores españoles tocando los cojones. Organizar todo esto está siendo un caos, y sinceramente no me gustan las implicaciones de lo que pueda salir de ahí, pero son órdenes de Londres y no hay más que hablar. Bueno, lo que quiero decir es que necesito máxima dedicación de todos vosotros ¿entendido? Ni un alboroto más, ni una excusa más para crear polémicas por parte de esos fachas de al otro lado de la verja. ¿Comprendido?

-Por supuesto, señor. ¿Qué ha sido del otro tipo, por cierto?

-Le están interrogando por si hay alguna cosa rara -el comisario se estiró en su silla para liberar estrés-, pero parece ser solamente un alborotador. Esperemos no tener más de eso. Dios ¿qué va a ser de nosotros si salimos de Europa? Tendríamos a esa gentuza cada dos por tres por aquí protestando. Al menos ahora mantenemos las formas...

Dianne no dijo lo que pensaba, no habría sido muy popular. Sabía que era minoría en esa forma de opinar entre sus vecinos de la Roca, pero le importaba bien poco. De hecho, en aquel momento sólo le importaba poder ir a recoger a su hijo. Miró a su jefe, que se encontraba oteando el puerto a través de la ventana, con la mirada perdida. Maldita sea, comisario, gritó en silencio, no quiero más problemas con mi marido. No quiero otra noche de gritos. Hoy no. Por favor.

El comisario se volvió finalmente hacia ella.
-Es suficiente, Dianne -dijo-. Vuelva a sus tareas y reporte cualquier incidente por pequeño que sea.

-Gracias, señor -respondió ella, saludando, y saliendo por la puerta más rápido de lo que habría sido cortés. Un minuto más tarde estaba en la calle, corriendo hacia el coche. Sólo quería ver a su hijo, llevarle a su fiesta y tener una noche tranquila en casa. Como esos malditos españoles con sus banderitas se lo jodieran,...

No hubo suerte.

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