viernes, 3 de febrero de 2017

7.- The longest day (19:45)

Simon salió del colegio dando saltitos como hacía habitualmente, pero esta vez era especial porque iba de la mano de su padre; además, aquel era un día festivo y los mayores estaban haciendo cosas raras en su clase y en la de sus amigos: era como una votación con muchos papeles y grandes cajas de cristal, en las mismas mesas de colores normalmente él se sentaba a hacer sumas y a dibujar.

Tom, su padre, había estado intentando explicárselo cuando entraron a votar a última hora de la tarde. El colegio estaba tranquilo, no había mucha afluencia de gente y los periodistas ya se habían ido. Además, a Simon le encantaba cuando veía a su mamá de uniforme. Allí estaba, a la salida del patio del recreo, montando guardia con otros dos bobbies aburridos.

-¡Mami! -exclamó el pequeño-. Ya hemos votado. Pero sólo papi, a mí no me han dejado.
-¿Y eso? -Dianne se agachó para hablar a su nilo más de cerca y contemplar la papeleta ("leave / remain") que agitaba con su manita.
-Dicen que soy demasiado pequeño -se quejó- así que me la llevo a casa para pintar por detrás.

La agente levantó la mirada a Tom. Sintió ganas de darle un pequeño beso, pero no delante de los otros policias. Él tampoco hizo demasiado esfuerzo por ser cariñoso. Dianne suspiró internamente: estaba siendo una semana muy dificil entre ellos.

-¿Entonces, a casa ya? -le dijo ella, incorporándose.
-Sí, a ver si hoy puedo acostarle pronto -respondió Tom-. Tú tienes que quedarte hasta que hagan el recuento final ¿no? ¿Medianoche o así?
-Espero que no, pero todo podria ser. La burocracia y los trámites, tenemos que quedarnos hasta el final. Esto... esto es un verdadero coñazo, Tom.
-Alguien tiene que velar por la democracia de nuestra pequeña ciudad -dijo él sonriente.
-No lo digo por eso -la mirada de ella era sombría. Y él supo a qué se refería.

Dianne estaba dolida: consideraba aquella tarea, vigilar el colegio electoral de aquella zona de la ciudad, como un castigo velado de sus jefes. Por supuesto, el comisario no se lo había dicho así, pero tener a una agente de policia condecorada en el pasado a vigilar la puerta de un colegio, no sea que alguna anciana no supiera encontrar la clase apropiada para votar... ese era trabajo para otra gente, no para ella. Y todo ¿por qué? ¿porque no pudo atrapar a ese puto español? 

Algún compañero le había hecho alguna broma al respecto el día antes ("es que te sobran un par de kilos y claro") y ella se había reído como el que más ("más bien cinco, qué le voy a hacer") pero estaba amargamente convencida de que hacían muchas más bromitas a sus espaldas, y que la criticaban por haber dejado mal al Real Departamento de Policía de Gibraltar. Sí, se dijo por enésima vez, estar allí como un vulgar portero de urbanización era un castigo velado, y sus otros compañeros allí lo sabían. Putos cotillas.  

Y putos españoles, ignorantes y atrasados; se dijo mientras Tom y Simon se despedían y volvian caminando a su casa. A ver si gana el Leave y ponemos un buen muro detrás de la verja.

Fue entonces cuando la pequeña emisora de radio, que llevaba enganchada a la pechera de su uniforme, despertó.

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