jueves, 9 de febrero de 2017

9- The longest day (21:40)

¡Toda una multitud!
Marcos dejó pasear su vista entre la gente. Muchas banderas españolas, mucha gente de todas las edades, especialmente jóvenes. Mucha ilusión, se dijo, mucha gente dispuesta a luchar por lo justo, por lo nuestro. El paseo marítimo estaba abarrotado de gente que se acercaba a la zona del acceso fronterizo. Pancartas clásicas con lemas como "Gibraltar español" o "Libertad para un patriota" pero también gente haciéndose selfis o emitiendo en directo para las redes. Los tiempos cambian.

Miró a su espalda, a la enorme y cercana Roca, con las luces rojas en la cima. Aún le venía a la mente a Marcos el recuerdo de dos noches atrás y se le aceleraba el corazón por los nervios. Ahí, en algún sitio, detrás de las vallas y de las pistas del aeropuerto, en una oscura comisaría, tenían preso a su colega; y estar a tan poca distancia le ponía los pelos de punta.

Pero volvió a mirar a su alrededor, a la marea de gente ruidosa de la cual él era un miembro anónimo esa vez. Se sintió arropado y seguro. Era uno más de un enorme equipo.

Y a pocos pasos de él esta su jefe, el presidente del partido, hablando por teléfono a gritos para hacerse oír, y a la vez dando instrucciones a sus colaboradores que iban de aquí para allá en medio de aquella vorágine. En un momento dado reconoció a Marcos con la mirada, y le hizo señas de acercarse a él. El apretón de manos que le dio hizo sentir a Marcos que sí, que aquello valía la pena.

Entonces todas las miradas se volvieron hacia el ruido de las sirenas y hacia el origen de los deslumbrantes destellos azules que se acercaban: varias furgonetas de la Policia Nacional aparcaron al otro lado del paseo, provocando protestas de fastidio... más fingidas que otra cosa: todo el mundo sabía que eran un paripé y que no iban a darles problemas. Sin embargo, extrañamente, el jefe del partido puso una verdadera mala cara. Cogió su teléfono una vez más e hizo una llamada en la que quedó claro que estaba enfurecido. ¿A quién? se preguntó Marcos.

----

-Unidades disponibles -decia la radio- por favor reporten posibilidad de personarse en puesto fronterizo. Equipo antidisturbios necesario. Unidades disponibles...

Una tras otra, voces conocidas respondían a la llamada, y a Dianne, plantada en la puerta del colegio electoral, se la llevaban los demonios de puros nervios. Sus compañeros la miraban con gesto interrogativo.

-¿Qué te preocupa? -le dijo uno al fin-. No es para nosotros: estamos clavados aquí hasta que terminen.
-No lo tengo tan claro, Dick.  Evidentemente es una emergencia -respondió Dianne, intentando sin éxito ver al fondo de la calle, tras los hangares de la base aérea, si se veía algo de lo que estaba ocurriendo.
-Pero las órdenes son...

Al diablo las órdenes, pensó Dianne. Los putos españoles estaban intentando algo de nuevo, seguro. Y ella allí como una pasmarota. Castigada. Necesitaba urgentemente sentirse útil, sentir que podía aportar algo en aquella situación. Al menos poder decir a su hijo que se le escapó un delincuente, pero que impidió que entraran más. No durante mi guardia, se repitió usando la famosa frase de Jack Nicholson.

-Quedaos aquí -les ordenó a sus compañeros de menor antiguedad, mientras se subía al coche y salía a toda prisa hacia el aeropuerto. Cruzando la pista estaba el puesto fronterizo con España.

-Dos-quince-delta -dijo a la radio-, voy para allá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario