lunes, 13 de febrero de 2017

10- The longest day (22:00)

Los policías nacionales, con la mirada oculta por las viseras de sus gorras y las gafas oscuras, hablaban con mucha calma pero con firmeza al jefe del partido. El respondía indignado, señalando con el dedo la verja fronteriza y hablando muy alto. Marcos no sabía qué pensar, no sabía qué hablaban, no podía oírlos por el griterío de la multitud. "All cops are bastards!" coreaban algunos, y el joven activista tuvo que sonreír con tal eslogan en inglés estando donde estaban. De pronto su jefe vino directamente hacia él, dejando a los policias a media frase.

-Ven conmigo -le gritó al oído, agarrándole por un brazo y llevandole a un banco donde algunos muchachos se habían encaramado a agitar banderas. Le quitó el megáfono a un skin head y se subió al banco.

-¡Compañeros! Prestadme atención, por favor -dijo usando el megáfono, acallando al instante la mayor parte del bullicio. El grupo de policías prestó atención. Marcos pudo ver que todo el mundo fijaba sus miradas hacia ellos, incluyendo unos cuantos policías ingleses que empezaban a concentrarse al otro lado de la verja.

-¡Amigos! ¡He de deciros que ha venido la policía... a echarnos de aquí! -su voz fue ahogada por un mar de gritos y protestas. Los maderos se pusieron tensos y comenzaron a hablar por sus walkie-talkies.

-¡Pero no nos vamos a ir! -continuó el jefe por el megáfono-, el gobierno ha enviado a sus perros para echarnos, tienen miedo de defender a España. Han renunciado al sagrado deber de defender nuestras fronteras. Han permitido que los ingleses sigan adueñándose de este trozo de nuestra tierra. Quieren que mañana volvamos a votarles. ¡A esos traidores que dicen amar a España! Y lo peor de todo ¡permiten que un patriota, un defensor de España como nosotros, esté prisionero de esos cabrones en esa roca!

Marcos sintió la oleada de indignación y de gritos con euforia. Aquellas palabras podían cambiar la situación. Sin duda la gente veria aquello por televisión, los reporteros lo estaban grabando todos, aquello iba a ser tan...

-¡Tenemos aquí -dijo el megáfono- a su compañero! ¡Él consiguió escapar! ¡Sube y dinos unas palabras!

Extendió la mano hacia Marcos. Aplausos. Gritos.

Oh. Joder.

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El coche patrulla de Dianne y otros tres habían sido autorizados a cruzar la pista del aeropuerto y estaban ya en la zona fronteriza. Se bajaron todos y se colocaron el casco y la ropa antidisturbios. Hasta allá llegaban los gritos de lo que estaba pasando en la verja. Dianne terminó de ponerse el chaleco y el casco y en ese momento bajó su visera, azorada: el comisario se acercó corriendo a ellos junto con otra media docena de agentes. Dianne no quería ser vista allí por su jefe.

-Están muy violentos -dijo rápidamente, con precisión-. Algunos están intentando encaramarse a la verja. Preparados para cualquier situación. Esencial: que nadie pase, y sobre todo, que nadie llegue a la zona aeroportuaria. Hay un par de vuelos esta noche, y uno de ellos llega en unos minutos. ¿Comprendido?

Se dirigieron a paso ligero hacia la verja para unirse a los compañeros que ya estaban allí preparando. Alguien voceaba por un megáfono.

-¡Tenemos aqui al compañero! -dijo entonces la voz-. ¡El logró escapar! ¡Sube y dinos unas palabras!

Dianne se quedó mirando al tipo que subió a hablar en medio de aquella multitud. Sus nudillos se pusieron blancos en torno a su porra. Le miró fijamente a través del visor del casco. Era él. El hijo de puta, pensó ella, apretando los dientes. Le latía el pulso en el cuello.
Ahí estás.

-¡Soltad a mi amigo Diego, putos ingleses! -voceó el tipo, algo inseguro. El puto franquista chilla como una rata, se dijo Dianne con verdaderas ganas de venganza. Aquel imbecil había arruinado su reputación en el cuerpo de policía de su tierra, donde todo el mundo te conoce y todo el mundo te acaba señalando.Así que ven para acá, majo, ven, si tienes huevos.

Entonces se desató el caos. Docenas de energúmenos se encaramaron a la verja, o la empujaban, la derribaban, en medio de un griterío ensordecedor. Su radio, en su oreja, ladraba órdenes más rápido de lo que Dianne podía procesarlas. Sacó su porra de la funda y se dispuso a bloquear a los asaltantes que estaban violando la zona fronteriza entre ambos países y, en definitiva, invadiendo Gibraltar delante de sus narices.

Iba a disfrutar con aquello.

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Las luces de la costa malagueña cada vez estaban más cerca, y el avión de British Airways hizo su ultimo viraje antes de aterrizar en Gibraltar. Patricia, mirando por la ventanilla, repasó mentalmente las tareas para el dia siguiente, para intentar llegar a entrevistar al detenido español o al menos a las autoridades competentes. El Brexit era cosa hecha, pensó mirando las noticias de la BBC en su tablet una vez más...

-Señorita, por favor -le sorprendió la voz del pasajero del asiento vecino, un veinteañero pelirrojo y muy inglés-, eso debería estar apagado, vamos a...
-Sí, ya sé -rezongó ella, apagándola con el dedo, y murmurando qué molestos son estos ingleses, de verdad.

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Se dejó llevar por el momento. Gases lacrimógenos, palos a diestro y siniestro, pero habían entrado. Eran los mejores, Marcos estaba seguro de ello, él y sus camaradas, como los antiguos Tercios, imparables, aunque se tuvieran que esconder tras los contenedores de basura para evitar los pelotazos. Pero avanzaban, seguían avanzando ¿hacia dónde? Daba igual, pero esos ingleses iban a dormir calientee aquella noche. Alguien le había prestado un bate de béisbol, otros llevaban cosas igualmente contundentes. Corrió hacia el portal de un edificio que parecía de la aduana, quién sabe, con un nutrido grupo de camaradas. Un poco más allá, un par de polis ingleses pretendía atemorizar a unos patriotas españoles con sus porras. ¡No saben de lo que somos capaces!

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-¡Incursión en pista! ¡Saquen a esa gente de ahi, joder! -chilló la radio-. ¡Hay un avión en aproximación final!

Dianne escuchó, impotente. Nada podia hacer en aquel momento: la situación se había salido de madre. Simplemente eran demasiados, y estaban locos. Cuatro fanáticos estaban intentando entrar a empujones en la garita de vigilancia en la que ella y otro compañero se habían refugiado a la carrera. Habían pedido refuerzos por radio, y había alcanzado a escuchar algo de unos Royal Marines que venían desde el interior de la Roca, pero ¿cuánto aguantarían...?

Uno de los españoles derribó la puerta; Dianne le lanzó sin pensarlo un porrazo a la cabeza con la porra extensible. No le dio bien, el tipo se revolvió y se la quitó de un manotazo.

-Puta inglesa...

 Loca de horror, echó mano a lo único que le quedaba en aquel reducto.

Sonaron tres disparos. Fue muy curioso: como un sueño.

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Marcos y sus compañeros volvieron la cabeza hacia el origen del ruido.

-¿Eso han sido...?

Salieron corriendo en tromba hacia el lugar.


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El avión tomó tierra bruscamente en la corta pista de Gibraltar. Patricia esperaba tranquila la brusca frenada que ocurre tras aterrizar, pero no el brusco viraje a la izquierda rodando a toda velocidad por la pista. Se golpeó violentamente la cabeza con la ventanilla, justo a tiempo de ver los múltiples destellos azules y las nubes de humo cerca, demasiado cerca.

Cuando volvió en si al cabo de unos instantes, todo era caos, órdenes, gente de pie, y su compañero de asiento que la agitaba.

-Gracias a Dios -jadeó él-. ¡Póngase el chaleco, estamos en el agua!





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